Las palabras se precipitan, se juntan, se resbalan. Mojan los intersticios con sílabas viscosas, se clavan en el cuello con colmillos de sangre, se alzan el vestido en las escaleras, apuran un trago en el confesionario, mientras rezan algún Ave María. Las palabras insultan, acarician, suspiran, escriben sus obscenas frases en la puerta de un baño. Andan sobre la ruta en autos descapotables, fuman hasta enfermarse, se ponen portaligas, se empijaman, amasan con harina unos panes monstruosos que untan con mantequilla mientras suena algún blues.
Las palabras se bañan y las cercan las algas: alguna que otra vez se sintieron amadas y creyeron morirse debajo de los párpados; pero se despertaron luego y era una resaca andar pasando el día. Las palabras quisieron ser honestas y decir que no había sido ni siquiera una noche mejor que alguna otra, que no era tan bueno y qué tal si hablas y dices todo! y que tal si mejor te duermes! Las palabras dijeron lo que era necesario que se dijera entonces, cerraron la maleta y se marcharon sin regalar, siquiera, la dicha de un portazo. Cuando el frío del día les pegó en las mejillas, dijeron estoy viva, abrieron su boca de sirena y se rieron.
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