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Mostrando entradas de octubre, 2008

Somnífero

Nadie conoció su nombre. En la Alameda le llamaban el Errante, otros el flaco lo cierto fue que cuando se le cumplió el sueño, los vecinos no encontraron un nombre para recordarlo. Vivía en un apartamento de Alameda desde hacía diez años, había heredado de su madre, una empresaria extranjera, bienes de finca raíz con una considerable fortuna que le hubiera permitido vivir tranquilo, de no ser porque junto con la herencia le sobrevino un insomnio eterno que ni el licor pudo contener. El flaco nunca podía dormir más de dos horas por día y así había sobrevivido los últimos dos años. En el vecindario lo veían con toda clase de talismanes colgándole del largo cuello blanco, se había sometido a tratamientos médicos y estudios científicos, había prestado su cuerpo a experimentos paranormales de los Rusos, había probado recetas con raíces tibetanas y se había internado en monasterios aprendiendo toda suerte de meditaciones, manejo del cuerpo y la mente, pero nada le calmaba su agobiante cansa

Veleta del tiempo

Después de siglos perdidos, de haber visto solo la estela de su andar, después de confundírsele entre sombras eternas, de escapársele entre líneas adivinadas en sus manos, después de puertas cerradas, de miles de puentes cruzados y ventanas aún tibias en las que luego nunca estaba, se dedicó a buscarla en el futuro, reinventándola en el encuentro con la gente, dibujándola en mapas conocidos. Por fin la encontró, sentada en la avenida Florencia, abanicándose con una elegancia japonesa y antigua, conservaba aún el vestido azul desteñido, el cabello lacio y la piel de nácar. Se acercó temeroso con el aliento aleteante y el corazón golpeándole en todo el cuerpo. El murmullo del viento se interpuso y le pareció que la eternidad se congelaba en un segundo. Sus almas se encontraron en el preciso instante en que ella desapareció por la puerta de sus pupilas y una voz lo regresó del sueño.

Destino

El aire frío de la madrugada jugaba con las hojas que caían; al final de una acera, dos perros escarbaban con ansiedad en una caneca de basura; el silencio fue cortado por el ruido del vehículo. En medio de la soledad, el hombre bajó con agilidad, abrió la puerta trasera del carro y observó a la víctima sin sentir siquiera un atisbo de lástima ni una punzada en la conciencia. Vestía impecable ropa blanca. Con fuerza sacó el cuerpo. Hábilmente lo colocó sobre sus hombros. Algunas gotas de sangre se deslizaron sobre su espalda. Una puerta se abrió, el amanecer se estremeció con sonido de cuchillos, mientras el cuerpo fue colgado con destreza y la sangre salpicaba el piso. Su destino final quedaba en manos de los cocineros. La canción Cuando su tercera nieta nació, Amalia buscó en lo más recóndito de su corazón la melodía para arrullarla pero no encontró que tararearle, su garganta seca apenas emitía una vocecilla a punto de desvanecerse, debía buscarle un arrullo único a su nieta. Solo