Es tiempo de esperanza
de salir a la calle
de ver la vida
de despachar la muerte.
Yo voy a derrotarte, Muerte.
No me importa el disfraz que te pongas
ni los pájaros que canten para distraerme.
Voy a clavarte varias veces mi risa
para que sangres de pena y de dolor.
Voy a empaparte con el fulgor de mis ojos
aunque me hagas llorar cada mañana.
Voy a subir por las paredes del amor
y desde arriba voy a llover en piedras sobre tí.
Eres un animal con las fauces abiertas,
una tremenda ramera de las más pérfidas y estúpidas
y en mi casa -la del alma de adentro- no cabe tu miseria.
Voy a matarte, Muerte.
Me sobra sol para cegarte,
me sobra alas para volarte la cabeza
y ver tu cráneo dispararse a la nada,
me sobra cuerpo para ponerlo
y liberar el deseo de estar viva.
Voy a acabarte, Muerte.
Ya vas a ver.
Tengo un furor dispuesto a destrozar tu sombra de palabras,
de ojos que no cierran,
de carne que no entrega la dicha del sexo y el deseo.
Y cuando te hayas ido,
cuando de tí no quede nada,
cuando tus cuervos sean retazos de silencio,
crecerá en mí un árbol con manzanas de oro
que dejaré caer en la blancura de toda desnudez.
Vas avisada.
Date cuenta de lo que haces porque tengo un hambre atrasada de todas las verdades que ocultaste, de todos los milagros que quemaste, de todos los golpes que me diste y que no pienso devolver.
Sangra tu perversión porque yo siempre dormiré acunada por los brazos profundos del amor.
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