Siempre han sido iguales las cosas. Simplemente se trataba de mis ojos embelleciéndolas al mirar. ¿Era eso, no? ¿Era la forma de mirar que no tiene regresos y nos llena de temor como si fuésemos niños que conocemos la respuesta que nos darán, aún antes de preguntar? Se trataba de mis ojos, entonces. Las cosas siempre han sido eso: cosas. Y han estado allí para que mi mirada las fuera anudando en el hilo de una posible significación. Era el sentido que todo lo reúne de manera caprichosa y estremecedora; definitiva y medular. Respiro con la certeza profunda de que ahora abriré los ojos y el mundo seguirá allí, con sus cosas iguales y yo, con mis ojos para mirar, sorprendida por el estupor de la conmiseración, pero sabiendo que la pregunta no está en las cosas sino en mi forma de mirar.
Voy a bordar un camino de pájaros que termine en el nido que me ofrecen tus manos. Voy a tejer un abrigo de luces que termine en la risa que me alberga en las noches. Voy a zurcir mi canto para que suene como un cristal en tus oídos suavecito. Después me dormiré y nada importará porque te quiero. El suspiro.
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