Llovía como llueve cuando el cielo se desfonda. Pensé que se lavaba nuestra historia de tanta sangre, vi a una niña imaginando jugar con la lluvia en una ventana de mi pueblo.
Y entonces a esa hora las 4 de la tarde...
Y como una sirena el NO penetraba en mis ojos al compás de la lluvia: fría, finita e incesante.
La sirena era un pedido de auxilio, de justicia, de memoria.
Llovía, no imaginé que Dios estaba roto. Agua, algunas ráfagas más tupidas y un viento helado colándose en el pelo, en la ropa, entre la sombrilla.
Y entonces a esa hora las 4 de la tarde...
todo empezó con esperanza de un SÏ, un Sí que cambiaría la historia y, luego, nada, un NO se imponía como un muro intrepable. Pensé en los muertos: en esos, en los míos, en los que todos tenemos en algún pliegue del cuerpo.
Y como una sirena el NO penetraba en mis ojos al compás de la lluvia: fría, finita e incesante.
La sirena era un pedido de auxilio, de justicia, de memoria.
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