Ir al contenido principal

El gesto del lenguaje


1
No fue un estudiante aplicado, ni bien dotado: no pudo terminar el bachillerato superior, ni tampoco alcanzó el título de mecánico en la escuela a la que fue después del primer fracaso académico. De joven trabajó en la empresa minera de su padre y luego como vendedor de aspiradoras por siete años, tiempo en el cual, escribió en sus memorias, fue feliz viajando y conociendo gente. En plena guerra comienza a ascender en su partido al que se ha afiliado recientemente. Influyentes amigos judíos lo ayudan a insertase en la vida social. En esos años se casa con Veronika Liebl, su mujer que será para toda la vida, con quien tiene cuatro hijos. A partir de allí se caracterizaría por ser un funcionario eficiente dentro de la burocracia estatal, un buen padre de familia, un hombre tranquillo y equilibrado: la lealtad a la familia y a la patria constituyeron el centro y el sentido de su vida.

Esas podrían ser las primeras líneas de su obituario. Lo que sigue pudo haberse pasado por alto si no ocurre una casualidad que dejaría al descubierto el reverso del escrito.

Cuando terminó la Segunda Guerra Mundial logró cruzar la frontera alemana hacia Italia donde un fraile franciscano le consigue documentos falsos con los que puede cruzar el Atlántico hasta llegar a Argentina en 1950. En Buenos Aires trabaja como operario en una fábrica de la Mercedes Benz, al cabo de un tiempo logra traer a su familia. Un año después nace el cuarto hijo, que tendrá nacionalidad argentina.

La vida de la familia estaba constituida de una tranquila rutina en Bancalari, un barrio al norte del Gran Buenos Aires de calles destapadas y casitas rodeadas por descampados de horizontes infinitos: en la mañana un bus lo recogía y en la tarde otro bus lo dejaba a una cuadra de la casa donde lo esperaban mujer e hijos con sus deberes escolares y el olor a cocina. El vecindario es agradable, lo conforman inmigrantes con nostálgicas historias de ultramar. Los fines de semana organizan asados con sus compatriotas donde hablan, causalmente, de la pasada guerra; a veces se pasan de cervezas y se les va la lengua. El hombre, además de operario aplicado y honesto, es algo fanfarrón.


A los 3 hijos mayores, ya adolescentes, los visita una jovencita: comparten tareas, la vida de colegiales y las primeras aventuras lejos de la mirada familiar; muchas veces ella come en casa de ellos. Lothar Hermann, el padre de la muchacha, un judío alemán ciego, escucha con atención las historias que llevaba su hija a casa.


Aprovechando la rutina diaria, una tarde-noche porteña del 11 de mayo de 1960, el hombre es abordado por tres agentes de la Mossad, el servicio secreto israelí (una facción llamada "nokmin", vengadores, en hebreo); lo llevan a un apartamento, lo amarran en la cama y luego de varios días el hombre confiesa. Un avión de la aerolínea israelí El Al realiza un vuelo no programado a la capital argentina pretextando asuntos diplomáticos, siete días dura la espera para cerrar una operación secreta. Evaden la emigración en Ezeiza sin mayores problemas: pasa, semi ebrio, con pasaporte falso como un mecánico de aviación. Le han hecho firmar: "Yo, Adolf Eichmann, por medio de esta carta declaro que voy a Israel por mi propia voluntad a limpiar mi conciencia" (Tiempo después confesaría que ya había notado la presencia de los agentes en el vecindario y que no hizo nada para evitarlo pues deseaba responder por sus actos). El vuelo secreto parte esa noche de Buenos Aires y 17 horas después aterriza en Haifa. El gobierno del presidente argentino Arturo Frondizi protesta formalmente por esa violación de los tratados de asistencia consular y la soberanía nacional argentina, lleva el caso ante el Concejo de Seguridad de las Naciones Unidas, recibe el apoyo internacional y Ben Gurion, el primer ministro israelí, se disculpa formalmente pero no devuelve a su rehén. El affaire diplomático no es tan poderoso como el rehén. La atención del mundo se enfoca en ese hombre.

Los diarios difunden al día siguiente la noticia: Adolf Eichmann, un oscuro funcionario de Tercer Reich acaba de ser detenido por las autoridades, es acusado de ser responsable de la muerte de más de seis millones de judíos en los campos de concentración en Alemania y sus aliados.

Nunca mató a una persona, jamás alzó la voz a los hijos, fue un tipo amoroso con su esposa. Cuando el juez Moshe Landau le leyó los cargos el respondió que sabía lo que hacía y que simplemente cumplía con su deber de ciudadano. Uno de sus secuestradores dijo, tiempo después: "Eichmann era un hombrecito suave y pequeño, algo patético y normal, no tenía la apariencia de haber organizado la matanza".


El juicio duró 18 meses y a mediados de 1961 se dictó una sentencia prevista por todo el mundo, menos al parecer por el mismo acusado, que confundió el trato cálido de los jueces con una sentencia favorable y que desde esa perspectiva de confianza organizó su defensa con diligencia y espíritu colaborador ante la patente debilidad de su abogado defensor Robert Servatius. El ahorcamiento se ejecutó de manera apresurada y casi clandestina, para evitar peticiones de clemencia venidas de grupos humanitarios. Eichmann ni siquiera recibió la comida final; le concedieron, eso sí, una botella de vino de la que se bebió media en silencio luego de haber conversado con su confesor a quien le dijo que no creía en el cielo, ni en el paraíso, ni en otro mundo después de este. Luego de estos silenciosos preámbulos, el grupo de funcionarios salió apresurado. Era la madrugada del 31 de mayo de 1962 en Jerusalén.


Rechazó la caperuza negra y antes de que pasaran la soga al cuello, dijo dos cosas que terminaron en la burda paradoja: No creía en otra vida después de su muerte, pero en ese momento definitivo dijo: "Dentro de muy poco caballeros, volveremos a encontrarnos. Tal es destino de todos los hombres" y termino con estas palabras: "Larga Vida a Alemania, larga vida a Austria y larga vida a Argentina. Estos son los países con los que más me identifico y nunca los voy a olvidar" Ese es el final de una biografía de la banalidad: Un hombre al pie del caldaso que promete no olvidar y que espera un reencuentro.


2


En 1961 la revista literaria New Yorker contrata a la filósofa alemana de origen judío Hannah Arendt para que escriba un reportaje que se convertiría en un magnífico estudio sobre los orígenes del terror estatal conocido como el Holocausto, una idea que fue diseñada y ejecutada al interior de una eficiente y laberíntica burocracia, tan perfecta, que pudo nivelar su floreciente industria pesada con inéditos índices industriales del mal. Ese es el gran interés y fascinación que medio siglo después sigue ejerciendo Eichmann en Jerusalén. La banalidad del mal (Debolsillo, 2013).


Tres líneas gruesas podemos seguir a lo largo del libro. Una es la relacionada con el juicio mismo. Todos saben (sabemos) que el acusado terminará en la horca, por lo tanto el tema no es conocer el final sino cómo se va a llegar a ese final. Hannah Arendt no nos llevará a pensar si es o no culpable, sino cómo, por un lado el estado de Israel, incidirá en el fiscal Hausner para hacer del juicio un escenario teatral en el que se proclamará que Europa entera era responsable del Holocausto; por otro lado lo que el juez Moshe Landau intentará hacer en el juicio con algo de éxito: quitarle color nacionalista, todo sentimentalismo fácil y centrarse en el juicio. “Todo proceso se centra –dice Arendt- en la persona del acusado, en una persona de carne y hueso, con una historia suya, individual, con sus propias formas de comportamiento, y con sus propias circunstancias. Cuanto escape a los límites de lo anterior, como la historia del pueblo judío en la Diáspora, la historia del antisemitismo, de la conducta del pueblo alemán, de las ideologías imperantes en determinada época, o de la máquina gubernamental del Tercer Reich, guarda relación con el proceso solamente en cuanto forma parte de los antecedentes y de las circunstancias en que el acusado realizó sus actos. Todo aquello con lo que el acusado no tuvo relación, o aquello que no ejerció influencia en él, debe ser omitido en el procedimiento judicial y, en consecuencia, en el informe sobre el mismo.”

La segunda línea que podemos ver es la que tiene que ver con Eichmann mismo. ¿Cómo se llega a estos límites impensados dentro de una burocracia de la muerte? ¿Cuáles son los límites éticos que traspasamos sin advertirlo por amor a la patria, a la gestión empresarial, el éxito familiar y laboral? “Seis psiquiatras –escribió Arendt- habían certificado que Eichmann era un hombre ‘normal’. ‘Más normal que yo, tras pasar por el trance de examinarlo’, se dijo que había exclamado uno de ellos. Y otro consideró que los rasgos psicológicos de Eichmann, su actitud hacia su esposa, hijos, padre y madre, hermanos, hermanas y amigos, era ‘no solo normal, sino ejemplar’. Y por último, el religioso que le visitó regularmente en la prisión declaró que Eichmann era un hombre con ideas ‘muy positivas’. Tras las palabras de expertos en mente y alma, estaba el hecho indiscutible de que Eichmann no constituía un caso de enajenación en el sentido jurídico, ni tampoco de insania moral”.

Arendt, cuyas reflexiones sobre la narración cruza toda su extensa obra, descubre qué es lo que hay detrás de esas palabras “normales” que han engañado a psiquiatras y al sacerdote, y que confunden al juez cuando este trata de que explique determinados enredos verbales: “Confusamente consciente de un defecto que debió vejarle incluso en la escuela –llegaba a constituir un caso moderado de afasia- se disculpó diciendo ‘Mi único lenguaje es el burocrático’. Pero la cuestión es que su lenguaje llegó a ser burocrático porque Eichmann era incapaz de expresar una sola frase que no fuera una frase hecha”.
Arendt se pregunta si no fueron esos clichés los que los psiquiatras y el sacerdote consideraron normal, ejemplar, ideas positivas. “Cuanto más se le escuchaba, más evidente era que su incapacidad para hablar iba estrechamente unida a la incapacidad para pensar, particularmente para pensar desde el punto de vista de la otra persona. No era posible establecer comunicación con él, no porque mintiera, sino porque estaba rodeado por la más segura de las protecciones contra las palabras y la presencia de otros, y por ende contra la realidad como tal”.

Pero ese precario lenguaje nacía del entorno social, desde la casa y la escuela, y se ajustaba a la perfección a la idea de Estado que en ese momento se construía. “Eichmann solo necesitaba recordar el pasado para sentirse seguro de que no mentía y de que no se estaba engañando a sí mismo, ya que él y el mundo que vivió habían estado, en otro tiempo en perfecta armonía. Y esa sociedad alemana de ochenta millones de personas había sido resguardada de la realidad y de las pruebas de los hechos exactamente por los mismos medios, el mismo autoengaño, mentiras y estupidez que impregnaban ahora la mentalidad de Eichmann. Estas mentiras cambiaban de año en año, y con frecuencia eran contradictorias; por otra parte, no siempre fueron las mismas para las diversas ramas de la jerarquía del partido o del pueblo en general. Pero la práctica del autoengaño se extendió tanto, convirtiéndose casi en un requisito moral para sobrevivir…”

Esas mentiras de Estado terminarían por horadar las fortalezas de la moral hasta convertir el mal en una banalidad. “Y, al igual que la ley de los países civilizados presupone que la voz de la conciencia dice a todos ‘no matarás’, aun cuando los naturales deseos e inclinaciones de los hombres les induzcan a veces al crimen, del mismo modo la ley común de Hitler exigía que la voz de la conciencia dijera a todos ‘debes matar’, pese a que los organizadores de las matanzas sabían muy bien que matar es algo que va contra los normales deseos e inclinaciones de la mayoría de los humanos. El mal, en el Tercer Reich, había perdido aquella característica por la que generalmente se le distingue, es decir, la característica de constituir una tentación”.


Hay una tercera línea: la pregunta sobre la pasividad de los judíos ante el holocausto. En el mismo tribunal el fiscal indaga a los testigos: ¿Por qué no protestaron? ¿Por qué subió a aquel tren? Allí había quince mil hombres, y solo unos centenares de guardianes, ¿por qué no les arrollaron? “Llegaban puntualmente a los puntos de embarque –dice Arendt-, por su propio pie, iban a los lugares en que debían ser ejecutados, cavaban sus propias tumbas, se desnudaban y dejaban ordenadamente apiladas sus ropas, y se tendían en el suelo uno al lado del otro para ser fusilados”.



Imagen: http://www.infocenters.co.il


Hay una escena en la novela de Vassili Grossman, Vida y Destino, donde un grupo de airados prisioneros judíos rusos protesta cuando alguien ha tratado de saltarse la fila que los llevará a las cámaras de gas. Para Arendt, en aquellas circunstancias, cualquier grupo de seres humanos, judíos o no, se hubieran comportado tal como estos se comportaron. Cita a David Rousset quien había estado recluido en un campo de concentración: “El triunfo de las SS exigía que las víctimas torturadas se dejaran conducir a la horca sin protestar, que renunciaran a todo hasta el punto de dejar de afirmar su propia identidad, Y esta exigencia no era gratuita. No se debía a capricho o simple sadismo. Los hombres de la SS sabían que el sistema que logra destruir a su víctima antes de que suba al patíbulo es el mejor, desde todos los puntos de vista, para mantener a un pueblo en la esclavitud, en total sumisión”.


Cuando comenzaron las deportaciones de judíos y los despojaron de sus viviendas y negocios, luego de hacerlos firmar un documento en el que entregaban todo y recibían una mínima cantidad de dinero a cambio, el indispensable para dejar el país, el objetivo era probar cómo estaba aceitada la maquinaria de la humillación. “Saber si cabía la posibilidad de obligar a los judíos a ir a la muerte por su propio pie, cargando cada cual la maleta, en el curso de la noche, sin previo aviso. Saber cuál sería la reacción de sus vecinos cuando, a la mañana siguiente, descubrieran que los pisos de los judíos estaban vacíos”. 

Hay momentos oscuros en que el marco legal de un Estado parece desaparecer sin que nadie lo advierta, las condiciones mentales están dispuestas para que ocurra ese descuido, no el miedo, que es biológico, sino otro impulso que es también biológico, el de transgredir los mites. La lección que tal vez nos quede es que un lenguaje banal genera una vida banal, comunidades eficientes pero banales que no son capaces de parar el derrumbe ético. Un lenguaje banal hace banal el mal.  Esa es la ecuación que uno puede descifrar de esa historia. Cada nación tiene su momento de inadvertencia de los marcos legales, de reinvenciones, de refundaciones de la patria, de desconocimiento de las instancias legalmente constituidas, de la democracia. Cada vez que esos momentos aparecen notamos la pobreza del lenguaje, síntoma inequívoco del mal: la grosería como los ciudadanos y los gobernantes usan las palabras para justificar el desastre. Se nota en la calle, en la música, en egesto.




                                       Bedrich britta, vaudeville teather, 1943/44

3

El 14 de septiembre de 2013 la revista Semana de Colombia entrevista a Jhon Jairo Velásquez
Vásquez, alias Popeye, el único sobreviviente de los sicarios de Pablo Escobar. Acababa de quedar en libertad, después de 23 años en prisión.
¿Qué siente de salir libre?
“Mire –responde-. Yo soy creyente. Yo siempre he creído que el destino de uno está en las manos de Dios. Así que entiendo los problemas que me esperan en la libertad, pero sé que nada depende
de mí, sino de él.
Ya que habla de los peligros que le esperan en la libertad, ¿cuántas personas ha matado usted?
Yo personalmente creo que alrededor de 300. Pero he participado y coordinado alrededor de
3.000 muertes. 
¿Y eso le parece normal?
En este momento no. Pero cuando lo hacía sí. Yo sentía que estaba en una guerra justa contra la extradición y que en esa guerra todo se justificaba. Ahora veo las cosas dentro de otra perspectiva
y me parece increíble lo que hice y lo que ha sido mi vida.
¿Escobar era un asesino?
“No, él no era un asesino. Yo creo que él no mató a más de 20 personas en toda su vida. Él ante
todo era un líder, un organizador de bandidos y un gran secuestrador”.


4


Después de publicado Eichman en Jerusalem Arent Recibióácidas críticas de intelectuales Judíos que le reprocharon haber escrito desde la perspectiva del victimario. No le perdonaron el hecho de dejar que Eiscman hablara a través de su voz. Otros, como Dagmar Barnouw, defendieron su postura: "Ella no estaba interesada en la aflicción cultural sino en comprender la calidad de la culpa de Eichmann"

Es curioso que alguien pudiera suponer que la filósofa alemana cambiaría su manera de mirar y narrar en este juicio, si a lo largo de su obra había defendido con admiración esa capacidad de phronesis o discernimiento de algunos iluminados para ver la escena desde las diversas perspectivas, la posibilidad de relatar desde una panorámica amplia los hechos históricos en donde los narradores estaban implicados. En Sobre la Política, ella se detiene en la guerra de Troya contada por Homero para demostrar cómo ese suceso termina narrado por los vencedores y los vencidos: allí no se presentó ese silencio habitual de los perdedores ya que la misma batalla les sirvió a ambos como reflexión de su existencia histórica a partir de la palabra. En La condición humana, se cita un párrafo de la Odisea donde el héroe se encuentra cara a cara con el aedo y, al escuchar el relato de sus propias acciones, no puede contener el llanto pues lo que escucha no es su historia sino la Historia que a partir de allí adquiere otra perspectiva, no personal sino humana.

Cuando se refiere a Walter Benjamin Arendt resalta su concepción según la cual, una vez que el hilo de la tradición se ha roto de modo irreversible, las historias, los relatos, tienen la capacidad de salvar el mundo, pues son los que tejen los fragmentos que han quedado desperdigados en el vacío: “Sin repetir la vida en la imaginación no se puede estar del todo vivo”. Igual nivel de admiración desarrolla por Isak Dinesen: su capacidad de narrar lo finito liberado de su transitoriedad. Arendt se sumerge, con curiosidad, no exenta de inquietud, en el abismo que se abre ante cada una de las historias de la gran escritora danesa, donde no hay lamento sino relato de la propia pérdida, algo que uno encuentra con la misma intensidad poética en los cuentos de la escritora barranquillera Marvel Moreno.


Arendt define en Verdad y Política una postura ética del narrador, que es la que viene a refrendar en el juicio a Eichmann: “La función política del narrador –historiador o novelista – es enseñar la aceptación de las cosas tal como son. De esta aceptación, que también puede llamarse veracidad, nace la facultad de juzgar por la que, también en palabras de Isak Dinesen, al final tendremos el privilegio de ver y volver a ver”.



                                                                     

































Comentarios

Entradas populares de este blog

El suspiro

Voy a bordar un camino de pájaros que termine en el nido que me ofrecen tus manos. Voy a tejer un abrigo de luces que termine en la risa que me alberga en las noches. Voy a zurcir mi canto para que suene como un cristal en tus oídos suavecito. Después me dormiré y nada importará porque te quiero.                                                                         El suspiro.

Una de las chicas rebeldes de la literatura

La madre superiora de la orden Jerónima exhortaba a Sor Juana : - Es inadmisible que leáis hasta muy entrada la noche. Debéis comprender que los estudios en las mujeres son cosas que rechaza la Santa Inquisición, porque en ellos no hay nada bueno . La inmediata respuesta de Sor Juana fue. -¡Vos sois una tonta y más que tonta . Escandalizada la madre superiora pidió ayuda al arzobispo de México, amigo de Sor Juana. - ¡Imagínese su paternidad que la susodicha Sor Juana llegó a decirme “tonta y más que tonta”! A lo que monseñor contestó: -Muy bien, madre priora, pruebe su reverencia lo contrario y se le hará justicia. Delfina Careaga
Y hubo una vez y tuve que contarlo... Se lo voy a decir Es necesario decirlo por qué sino para qué esta palabra Que las palabras nacen, crecen, se reproducen y mueren lo sabe todo el mundo Pasa igual con el día que muere por la tarde. Sí María Mercedes Carranza, mi gran poeta Colombiana, ojalá hubieras esperado para ver este día que no morirá en mí, que no es obvio como las olas y sí posible como el verde y largo croché, un día que amanecí vestida de esperanza, tan remendada, tan incompleta, pero auténtica, brillante sobre mí y mi País. Hoy celebramos un acuerdo histórico y faltarán más para estar en paz. Es hora de las manos para limpiar el desorden, para sembrar y cuidar esta paz como una semilla que necesita de todos. Hoy este gran paso cambia el curso de la historia. Estar feliz es poco. Gracias vida.