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Durante miles de años la humanidad contó historias y recitaron o cantaron versos en voz alta. Puede que, a menudo, crearan aquellos textos orales a la vez que contaban o cantaban; porque al mismo tiempo que construían sus textos podían modificar su sentido, rehacer el significado, colorear con nuevos tintes sus creaciones.

Durante miles de años, la ficción transitó por la voz.
No había que demostrar nada. Simplemente mostrar mediante las palabras. La palabra también es un gesto, la expresión de un estado interior, de una idea o de un sentimiento al que cada uno confiere su propia energía.


Esta proyección de las palabras sobre el cuerpo permite prolongar sus vibraciones, su dinámica y su significación profunda. La expresión del rostro, los múltiples juegos de la mirada, los ritmos de la voz, todo el vocabulario gestual se ponen al servicio del texto literario oral.


El cuerpo que narra es un cuerpo que crea sentido y, mientras sugiere significados posibles, estimula y despierta la imaginación. Entender que en la creación de sentido juegan un papel de primer orden las actitudes mentales, las competencias intencionales, los mecanismos psicológicos, es intentar comprender los fundamentos antropológicos de la ficción. Sólo a partir de aquí seremos capaces de explicarnos por qué creamos ficciones, por qué nos interesan y nos encantan. Por qué no podemos vivir sin ellas. y por qué contaremos y nos contaran...

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